Y por fin el Planeta X …..Nibiru….encontrado   Leave a comment

Una de las causas, que me llevaron a abrir este Blog…fue la creencia ciega en la existencia del planeta X, Nibiru, varias entradas hay dedicadas a el…hoy por fin, podemos decir que se ha descubierto…el mitico y el escurridizo….planeta x ha sido detectado…..aunque aun no hay imágenes del objeto…..Esta es la Historia…..

¡Sorpresa! El Planeta X existe de verdad

Se trataría del noveno planeta de nuestro sistema estelar y ha sido apodado como «Planeta Nueve». Aún no se ha observado directamente, pero su presencia se ha inferido al estudiar las órbitas de sus vecinos, más allá de Plutón….

JOSÉ MANUEL NIEVES Madrid – 20/01/2016 a las 19:10:11h. – Act. a las 09:38:27h. ABC

Al final, el famoso Planeta X podría convertirse pronto en realidad. El conocido astrónomo Michael Brown, descubridor de Eris y Sedna, acaba de aportar, junto a su colega Konstantin Batygin, las mejores evidencias que existen hasta ahora de la existencia de un nuevo y distante planeta gigante en los confines del Sistema Solar. Su trabajo, que está revolucionando a la comunidad científica internacional, acaba de publicarse en The Astronomical Journal.

Todo parece indicar que estamos más cerca que nunca de descubrir el noveno planeta del Sistema Solar. Y no se trata esta vez de pequeños mundos helados más allá de la órbita de Plutón, como el que anunció la Institución Carnegie el pasado mes de noviembre, ni tampoco de un simple objeto transneptuniano, sino de un auténtico gigante de tamaño comparable a Neptuno y que, de confirmarse definitivamente su existencia, entraría por la puerta grande en el selecto club planetario del que la Tierra forma parte y del que, en 2006, fue expulsado el propio Plutón. En otras palabras, podría tratarse del famoso y escurridizo Planeta X, ese que los astrónomos persiguen desde hace más de un siglo y que la cultura popular ha terminado por convertir en leyenda.

Los autores del trabajo, un equipo de investigadores de Instituto de Tecnología de California, le han bautizado como «Planeta Nueve». Tiene entre cinco y diez veces la masa de la Tierra, gira alrededor del Sol una vez cada 15.000 años y, aunque aún no lo han observado directamente, Michael Brown y Konstantin Batygin han deducido su existencia a partir de las órbitas de toda una serie de planetas enanos y otros objetos extremos de nuestro Sistema descubiertos recientemente. Se sabe desde hace tiempo que las extrañas «maniobras orbitales» de estos pequeños mundos podrían explicarse gracias a la perturbación gravitatoria de un hipotético planeta gigante nunca visto hasta ahora. Brown y Batygin creen que el nuevo planeta pudo ser «expulsado» lejos del Sol y al espacio profundo hace miles de millones de años, como consecuencia de un «empujón gravitatorio» de Júpiter o Saturno.

Escepticismo

Los investigadores saben que su trabajo será sometido a toda clase de revisiones por astrónomos de todo el mundo. No es la primera vez, en efecto, que se anuncia el hallazgo del misterioso Planeta X, cuya búsqueda está plagada de errores, exageraciones e, incluso, pura y simple charlatanería. Por eso, Brown y Batygin se han preparado conta la inevitable ola de escepticismo con una larga serie de datos, análisis orbitales de otros objetos distantes y sesudas simulaciones informáticas. «Si dices que tienes evidencias del planeta X -afirma Brown- prácticamente cualquier astrónomo dirá: ´¿Otra vez? Estos chicos, claramente, están locos. ¿por qué esta vez debería ser diferente a las demás?´. Esta vez es diferente porque esta vez tenemos razón».

Los dos astrónomos dedujeron la presencia del«Planeta Nueve» por la singular agrupación de seis objetos previamente conocidos y cuyas órbitas se encuentran más allá de Neptuno. Según sus datos, solo hay un 0,007% de probabilidades (una entre 15.000) de que esa agrupación se deba a una simple coincidencia. Mucho más probable es que un planeta con la masa de diez tierras esté guiando a los seis objetos en sus extrañas y peculiares órbitas elípticas, muy inclinadas con respecto al plano del Sistema Solar.

Del mismo modo, también la órbita del nuevo planeta está inclinada, y también estirada hasta distancias tan grandes que obligarán a revisar algunas de las ideas más establecidas sobre la dinámica planetaria dentro de nuestro sistema.

Locura

La mayor aproximación del Planeta Nueve al Sol lo sitúa hasta siete veces más lejos que Neptuno, a 200 Unidades Astronómicas (UA) de distancia. (Una Unidad Astronómica es la distancia que hay entre la Tierra y el Sol, 150 millones de km). Pero en su periplo orbital, el recién descubierto Planeta X podría llegar a alejarse periódicamente del Sol entre 600 y 1.200 Unidades Astronómicas. Es decir, mucho más allá del cinturón de Kuiper, la región de los pequeños mundos helados más allá de Neptuno, que empieza a «solo» unas 30 UA.

Hace años, la investigación de Brown y Batygin no iba encaminada a descubrir un nuevo planeta, sino todo lo contrario, a demostrar que el Planeta Nueve no existía. Pero el trabajo de otros dos astrónomos, que descubrieron una inusual agrupación de pequeños mundos helados en una remota región del Sistema Solar, les hizo cambiar de idea. En 2014, además, un estudio publicado en Nature por Scott Sheppard Y Chad Trujillo, de la Institución Carnegie, apuntaba a la existencia potencial de un planeta gigante desconocido, uno cuya gravedad, precisamente, estuviera afectando a las órbitas de todos esos cuerpos más pequeños. Al principio Brown pensó que era una locura, y trató de demostrarlo con una serie de ecuaciones y simulaciones informáticas que, al final, terminaron por demostrar que la del planeta gigante oculto era la mejor de las explicaciones posibles.

Según sostienen Brown y Batygyn, si el Planeta X está ahí fuera, los astrónomos deberían encontrar muy pronto más objetos en «órbitas reveladoras», influenciadas por el gigante oculto. Aunque Brown sabe muy bien que nadie creerá de verdad en el descubrimiento hasta que el Planeta X, en todo su esplendor, sea detectado por fin con un telescopio. «Hasta que no haya una detección directa -afirma el astrónomo- estamos ante una hipótesis». El equipo de investigadores utilizará ahora sus cálculos para «cazar» al escurridizo planeta con uno de los grandes telescopios instalados en Hawaii. Y no cabe duda de que, con los datos de su trabajo en la mano, muchos otros astrónomos intentarán hacer lo mismo.

lo que han hecho los dos astrónomos es analizar las órbitas de seis objetos transneptunianos (TNOs) y han llegado a la conclusión de que sus características pueden explicarse con la presencia de un planeta de gran tamaño situado a gran distancia del Sol en una órbita excéntrica. La hipótesis de un noveno planeta -a veces también denominado Planeta X- no es nueva y ha sido propuesta desde hace décadas por multitud de investigadores, pero en los últimos años el número de pruebas circunstanciales no ha parado de aumentar. Primero fue el descubrimiento de Sedna en 2003 por el propio Brown y, más recientemente, el de 2012 VP113 en 2014.

Ambos cuerpos menores tienen un tamaño significativo y poseen una órbita muy, pero que muy extraña. Su alta excentricidad hace que la diferencia entre la máxima y mínima distancia al Sol sea increíblemente grande (tan increíble, de hecho, que cuando se descubrió Sedna muchos astrónomos no podían creer que tuviese una órbita con esos parámetros). Esta característica parece a priori ser similar a la de muchos cometas, pero Sedna y 2012 VP113 se diferencian en que su perihelio está situado más allá de cualquier planeta del sistema solar. Por ejemplo, Sedna se acerca al Sol hasta las 76 UA (11250 millones de kilómetros), mientras que su afelio está a unas alucinantes 937 UA (140 550 millones de kilómetros). Por su parte, 2012 VP113 se sitúa entre las 80 UA y las 450 UA. ¿Cómo han llegado a tener estos cuerpos unas órbitas tan excéntricas sin haber sufrido encuentros con los planetas gigantes del sistema solar? Misterio.

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Órbitas de Sedna, 2012 VP113 y otros TNOs que podrían señalar la existencia de un noveno planeta. Se aprecia que los perihelios de los cuerpos coinciden más o menos en la misma región del espacio (Batygin et al.).

Para colmo, el perihelio de ambos cuerpos coincide aproximadamente en la misma región del espacio. Y no solo eso. Los dos astros tienen sus perihelios situados cerca de la eclíptica -técnicamente el plano de la órbita terrestre, pero que también hace referencia al plano donde se encuentran los planetas del sistema solar- y la inclinación de sus órbitas es de unos 30º. Además durante su paso por la eclíptica ambos lo cruzan de norte a sur. Estas coincidencias podrían ser solo eso, coincidencias, sobre todo teniendo en cuenta que dos objetos no constituyen precisamente una muestra estadística demasiado amplia y que las técnicas observacionales actuales favorecen los descubrimientos de objetos transneptunianos cerca de la eclíptica. Pero también podría ser una prueba de que algo ha perturbado gravitatoriamente las órbitas de Sedna y 2012 VP113 al mismo tiempo, sobre todo porque otros objetos transneptunianos de menor tamaño también muestran orientaciones similares.

Los descubridores de 2012 VP113, Scott Sheppard y Chad Trujillo, ya propusieron en 2014 que ese algo podría ser un noveno planeta con una masa cinco veces mayor que la de la Tierra situado en una órbita circular más allá de Neptuno (a 250 UA). Lamentablemente, las simulaciones numéricas de las interacciones de esta hipotética supertierra no logran explicar el comportamiento de Sedna y 2012 VP113. Por eso Sheppard y Trujillo llegaron a proponer un encuentro cercano con una estrella o una enana marrón como el culpable de todo este desaguisado orbital, pero una visita de este tipo habría dejado huellas en las órbitas de los cuerpos del sistema solar interior que no vemos por ningún lado. Desesperados, otros investigadores han sugerido que la explicación podría estar en las perturbaciones gravitatorias entre los objetos transneptunianos similares a Sedna. Sin embargo, los datos indican que no existen tantos objetos de este tipo como para causar la distribución de órbitas observada (a pesar de todo, esta no es una hipótesis que se pueda descartar a la ligera).

Y es en este contexto donde aparece el artículo de Brown y Batygin. Los dos investigadores han analizado las órbitas de Sedna, 2012 VP113 y otros cuatro objetos transneptunianos (2010 GB174, 2004 VN112, 2013 RF98 y 2007 TG422). Estos últimos, con órbitas muy excéntricas, han sido elegidos de tal forma que se puede descartar el que hayan sufrido interacciones gravitatorias con Neptuno en el pasado (este punto no es nada fácil de demostrar, por cierto). Como hemos visto, Sheppard y Trujillo ya demostraron que un Planeta X con una órbita circular no es una alternativa viable, por lo que Brown y Batygin buscaron otras órbitas posibles. Y, contra todo pronóstico, la encontraron: un planeta situado en una órbita excéntrica cuya inclinación y perihelio sean opuestos al de los seis cuerpos estudiados sería el causante de sus curiosos parámetros órbitales. A pesar de su extraña órbita, las simulaciones indican que el Planeta X sería estable y tardaría entre diez y veinte mil años en dar una vuelta al Sol. Además, las órbitas de los objetos transneptunianos estudiados estarían en resonancia con la de este hipotético noveno planeta -del mismo modo que la órbita de Plutón y los plutinos está en resonancia con la de Neptuno-, evitando que pudiesen pasar cerca del planeta y ser expulsados del sistema solar.

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La órbita del hipotético noveno planeta y la de los TNOs estudiados (Caltech/R. Hurt (IPAC)).

Hay que subrayar que el artículo no menciona ni el tamaño ni la masa de este planeta y tampoco hace referencia a su posible origen. Las observaciones del telescopio infrarrojo WISE descartan que pueda haber un planeta gigante a esa distancia, de ahí que se haya especulado con que se trate de un minineptuno o una supertierra. Varios modelos de formación del sistema solar, como el Modelo de Niza, predicen que alrededor del Sol se formaron originalmente cinco planetas gigantes, uno de los cuales acabó por ser expulsado. El planeta de Brown y Batygin bien podría ser este quinto planeta, pero no está nada claro. Este modelo favorece un planeta del tamaño de Neptuno, mientras que las observaciones sugieren que es más probable que el noveno planeta sea un mundo ligeramente menor, como una supertierra de entre una y diez masas terrestres. Dependiendo de su tamaño preciso, los parámetros orbitales serán distintos, lo que sin duda provocará bastantes dolores de cabeza a los potenciales cazaplanetas que se atrevan a buscarlo.

Si son correctos, los resultados de Brown y Batygin permitirán acotar el espacio de búsqueda del Planeta X y facilitar su descubrimiento (a no ser que ALMA nos dé una sorpresa). Mientras tanto, otra prueba indirecta de la existencia de este planeta sería la presencia de una nueva población de objetos transneptunianos con órbitas perpendiculares a la del nuevo mundo. De hecho, cinco TNOs ya conocidos entran precisamente dentro de esta descripción, lo que refuerza, y mucho, la hipótesis de Brown y Batygin.

En azul, las órbitas de TNOs conocidos que concuerdan con la presencia del noveno planeta (en naranja) (Caltech/R. Hurt (IPAC)).
En azul, las órbitas de TNOs conocidos que concuerdan con la presencia del noveno planeta (en naranja) (Caltech/R. Hurt (IPAC)).

Resumiendo, Brown y Batygin no han descubierto el Planeta X ni son los primeros en proponer su existencia. Pero, a diferencia de sus predecesores, han predicho con bastante precisión sus posibles parámetros orbitales y han presentado pruebas muy sólidas de que es real. Cuando Mike Brown anunció el descubrimiento de Eris, durante un breve periodo de tiempo fue conocido como el descubridor del noveno planeta hasta que la Unión Astronómica Internacional decidió crear la categoría de planeta enano. Si el Planeta X está ahí fuera realmente y se ajusta a la predicción, es posible que, a pesar de todo, Brown termine siendo recordado como el descubridor del noveno planeta del sistema solar.

Vídeo sobre el ‘descubrimiento’:

 

Seguiremos ampliando la información…………

 

24/01/2016…..

y si viajaramos allí……

 

La primera pregunta que se nos puede pasar por la cabeza es: ¿podríamos viajar hasta allí? Las distancias de las que estamos hablando son, como veremos, apabullantes, pero resulta fascinante pensar que ya existen diseños de sondas espaciales capaces de visitar este nuevo mundo.

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La sonda interestelar IIE sobrevuela Júpiter para ganar velocidad antes de abandonar el Sistema Solar. Una sonda de este tipo podría visitar el hipotético Planeta X en menos de medio siglo (NASA).

Antes de nada, conviene aclarar a qué nos enfrentamos. Se trata de viajar más lejos de lo que ha llegado cualquier artefacto humano. Veámoslo con un par de cifras. La frontera clásica del sistema solar es la órbita de Neptuno, situada a unas 30 Unidades Astronómicas (UA) del Sol, es decir, unos 4500 millones de kilómetros. Hasta la fecha, cinco naves espaciales han alcanzado y superado esta distancia: Pioneer 10, Pioneer 11, Voyager 1, Voyager 2 y New Horizons. La Voyager 1 es la nave más veloz jamás lanzada -17,4 kilómetros por segundo- gracias a las cuatro maniobras de asistencia gravitatoria con planetas gigantes realizadas durante su misión y en el momento de escribir estas líneas está a 134 UA del Sol, o sea, veinte mil millones de kilómetros. No está nada mal, aunque ha tardado 38 años en alcanzar esa distancia.

 

Más pruebas de que podría existir un noveno planeta más allá de la órbita de Neptuno (Caltech AMT).
¿Podríamos visitar un noveno planeta que esté más allá de la órbita de Neptuno? (Caltech AMT).

 

Muy bien, ¿pero dónde está el noveno planeta? Obviamente, nadie lo sabe con certeza, aunque los recientes cálculos de Mike Brown y Konstantin Batygin sugieren que, de existir, tendría una órbita muy elíptica. De ser así, el Planeta X no se acercaría al Sol a menos de 200 UA (30 000 millones de kilómetros) y podría alejarse hasta casi mil UA (!). ¡Como mínimo estaría a siete veces la distancia de Neptuno! Puesto que el tiempo que tarda en dar una vuelta al Sol se estima que ronda entre diez y veinte mil años, está claro que no podemos esperar a que pase por el perihelio y tendremos que afrontar una misión a la distancia que a la que se encuentre ahora, sea esta la que sea. Lamentablemente, las probabilidades de que se halle cerca del Sol son muy bajas, porque de ser así ya lo habríamos descubierto, así que vamos a suponer que está a una distancia del orden de 700 UA (que, de paso, es el semieje mayor de la órbita calculada por Brown y Batygin suponiendo que se trate de una supertierra de diez masas terrestres).

 

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Sonda Interstellar Precursor Mission de los años 80. Abajo se aprecia el orbitador de Plutón en pleno proceso de separación (NASA/JPL).

 

Una sonda que vaya tan deprisa como la Voyager 1, a 3,6 UA por año (UA/año), tardaría doscientos años en llegar hasta el Planeta X. Evidentemente, no es suficiente. Ahora es cuando podríamos hablar de sistemas de propulsión exóticos como la antimateria o velas láser, pero lo cierto es que reconocer que tenemos que recurrir a estas tecnologías inexistentes es lo mismo que decir que no vamos a ver una sonda de este tipo en muchas décadas, quizás ni siquiera en este siglo. Afortunadamente, no hace falta invocar tecnologías de ciencia ficción.

En los años 70 surgieron los primeros proyectos de sondas para estudiar la heliopausa, el límite entre la heliosfera solar y el medio interestelar considerado como la ‘frontera del sistema solar’ (una frontera poco relevante si finalmente el Planeta X está más allá de la misma). No es de extrañar que los diseños de estas sondas sean más que adecuados para una misión al hipotético noveno planeta. En 1977 un equipo de la NASA dirigido por Leonard Jaffe propuso la misión IPM (Interstellar Precursor Mission) para llegar a mil UA en cincuenta años. IPM se transformaría una década más tarde en el proyecto TAU (Thousand Astronomical Units) del centro JPL de la NASA, así que a veces los dos conceptos se confunden en la literatura. TAU sería una sonda perfecta para visitar el Planeta X, a pesar de que medio siglo nos pueda parecer mucho tiempo.

 

Sonda TAU con el reactor nuclear y el sistema de propulsión iónico. Se aprecia la antena de alta ganancia y el orbitador de Plutón (NASA).
Sonda TAU según un diseño de finales de los años 80 (NASA).

 

Para alcanzar la impresionante velocidad de 106 km/s (o 20 UA/año) requerida para la misión, TAU recurría a un reactor nuclear destinado a alimentar un sistema de propulsión eléctrico (NEP) con una docena de motores iónicos a base de xenón de alto impulso específico. La sonda TAU debía tener una masa de 60 toneladas y una longitud de 25 metros, por lo que habría que usar un cohete gigante para ponerla en órbita, o bien emplear varios lanzamientos de vectores más pequeños. El módulo con el reactor y el sistema de propulsión se separaría tras los dos primeros años de misión tras alcanzar la velocidad requerida.

El problema de TAU es que se trataba de un proyecto tremendamente caro para una sonda destinada a estudiar la heliopausa. Es posible que una misión al noveno planeta pueda justificar el coste de esta sonda, pero teniendo en cuenta el panorama actual y las vicisitudes por las que tuvo que pasar la misión New Horizons para ser aprobada, lo dudo mucho. Entonces, ¿se puede mandar una sonda más modesta a estas distancias? No es una tarea fácil, pero la respuesta es afirmativa.

Desde los años 90 se han llevado a cabo varios estudios de sondas precursoras interestelares, que es como se suele denominar a estas misiones a la heliopausa por estar a medio camino entre una sonda planetaria y una sonda interestelar propiamente dicha. Los proyectos más conocidos son Interstellar Probe, Interstellar Explorer o Innovative Interstellar Explorer, de la NASA, así como Interstellar Heliospheric Probe de la ESA (proyectos de los que ya hablamos en esta entrada). Todos estos proyectos tienen en común el que ser sondas de pequeño tamaño, del orden de 300-600 kg, para permitir la máxima aceleración durante la fase propulsiva.

 

La sonda Interstellar Explorer de la NASA se aleja del Sol gracias a los motores iónicos de xenón, cuya luz azulada le da un aspecto fantasmagórico a la nave (NASA).
La sonda Interstellar Explorer de la NASA se aleja del Sol gracias a los motores iónicos de xenón (propulsión REP), cuya luz azulada le da un aspecto fantasmagórico a la nave. Se aprecia la antena con una lente de Fresnel para comunicaciones ópticas (NASA).

 

¿Pero cómo alcanzar la velocidad de 20UA/año para llegar al Planeta X en menos de medio siglo? Las maniobras de asistencia gravitatoria con los planetas gigantes están muy bien, pero la Voyager 1 usó una alineación de los planetas exteriores muy poco frecuente, así que una sonda tendría que conformarse con un sobrevuelo de Júpiter, que, de todas formas, es el que más Delta-V aporta con diferencia (entre 2 y 3 UA/año). El paso por el gigante joviano también permitiría, de paso, que la sonda salga del plano de la eclíptica para interceptar el plano orbital del noveno planeta. Pero incluso sobrevolar Júpiter no es suficiente. Una alternativa mejor es emplear el propio Sol para efectuar una maniobra de asistencia, aprovechando su enorme campo gravitatorio. El problema es que para sacar partido a esta técnica -gracias al Efecto Oberth- hay que pasar muy cerca de nuestra estrella, por lo que habría que diseñar la sonda para que pudiera soportar altísimas temperaturas. Si además añadimos una vela solar durante la fase de acercamiento al Sol podremos multiplicar la velocidad de escape del sistema solar de forma significativa.

 

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Una vela solar podría aumentar la velocidad de escape del sistema solar tras pasar cerca del Sol (NASA).

 

El proyecto Interstellar Probe de 1999 preveía usar una gran vela solar de 400 metros de diámetro y pasar a una distancia mínima de 38 millones de kilómetros del Sol para alcanzar una velocidad de 70 km/s. De forma parecida, la sonda Interstellar Explorer, también conocida como RISE (Realistic InterStellar Explorer), viajaría primero a Júpiter para poder acercarse mucho al Sol -alcanzar el fondo del pozo gravitatorio del sistema solar no resulta sencillo-, hasta solo tres millones de kilómetros. Este sobrevuelo del Sol lograría alcanzar una velocidad de escape de 53 km/s sin emplear otro sistema de propulsión.

 

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Sonda Innovative Interstellar Explorer. Se aprecian los motores iónicos en color azul (NASA).

 

Teniendo en cuenta la dificultad técnica de los sobrevuelos solares, es lógico que algunas misiones prescindan de ellos. La misión Innovative Interstellar Explorer de 2003 confiaba solamente en la propulsión REP, es decir, motores iónicos alimentados por generadores de radioisótopos (RTGs) y un sobrevuelo de Júpiter para llegar a una velocidad de unas 10 UA/año. Por su parte, el proyecto Interstellar Heliopause Probe de la ESA estudió varias combinaciones de velas solares y sistemas de propulsión iónicos. Estos estudios demostraron que el uso de una etapa de propulsión iónica mediante energía solar (SEP) desechable -que funcionaría en el sistema solar interior- y propulsión REP con motores iónicos instalados en la propia sonda alimentados por RTGs, además de un sobrevuelo de Júpiter, sería suficiente para alcanzar velocidades del orden de 10 UA/año. Por otro lado, el cohete elegido para lanzar la sonda influye sustancialmente en la velocidad de escape, sí, pero menos de lo que pudiéramos pensar (a no ser que tengamos etapas superiores con propulsión térmica o algo por el estilo). Es mucho más importante el uso de propulsión eléctrica o sobrevuelos solares.

 

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Sonda Interstellar Heliopause Probe de la ESA. A la izquierda acoplada a una etapa SEP (ESA).

 

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Velocidad de escape del sistema solar en UA/año dependiendo del cohete y la etapa de escape empleada. Los cálculos corresponden al cohete Ares V ya cancelado, pero no son muy diferentes de los datos correspondientes al SLS Block 2. Se aprecia el empujón del sobrevuelo de Júpiter (NASA).

 

Una velocidad de 10 UA/año estaría bien en el caso de que el Planeta X no se encuentre muy lejos, pero si realmente está a 700 UA es obvio que no basta. Alcanzar 20 UA/año, como en el proyecto TAU, es factible si usamos, por ejemplo, una combinación de etapas SEP, propulsión REP, velas solares -o velas eléctricas- y un cohete potente como el SLS Block 2. Ni que decir tiene, el empleo de todos estos elementos al mismo tiempo dispararía el coste de la misión de forma más que considerable.

Pero alcanzar la velocidad adecuada es solo parte del problema. Hay que garantizar las comunicaciones y que los sistemas de la nave funcionen durante décadas. Con respecto a este último punto, debemos tener en cuenta que estamos hablando de décadas, por lo que quizás sea necesario usar RTGs de Americio 241 en vez de Plutonio 238, ya que el Am-241, aunque produce menos energía, tiene una vida media mayor. La misión New Horizons nos ha mostrado algunas de las estrategias que podría usar una eventual sonda al noveno planeta, entre las que se incluyen periodos de hibernación y la transmisión de datos durante largos periodos de tiempo. Debido a las tremendas distancias implicadas no se puede descartar el empleo de nuevos sistemas de comunicación ópticos, aunque consuman más energía. Además, una sonda al noveno planeta no debería limitarse a pasar por el objetivo y lo ideal sería que se pusiese en órbita alrededor. Huelga decir que este requisito es difícil de conciliar con una velocidad de sobrevuelo muy alta y una baja.

Recapitulando, ya disponemos de diseños de sondas capaces de alcanzar un noveno planeta situado a 700 UA en un periodo de tiempo comprendido entre 35 y 70 años. Por lo tanto, si logramos descubrir el Planeta X seríamos capaces de visitarlo tras un viaje de medio siglo aproximadamente. Las malas noticias son que ninguno de nosotros vivirá lo suficiente para ver este proyecto hecho realidad. Por este motivo, quizás sea más fácil esperar a disponer de grandes telescopios espaciales interferométricos que nos muestren los detalles de este nuevo mundo.

 

 

Publicado enero 21, 2016 por astroblogspain en Uncategorized

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